A los 4 meses de vivir en Bruselas, pasé mi primera entrevista de trabajo, y entre muchas otras cosas quisieron saber si yo fumaba, yo muy orgullosa respondí que no, pero me di cuenta que mi afirmación no generaba ninguna reacción positiva en mi interlocutora. Cuando pregunté la razón del interés por mis hábitos, me explicó que si fumaba, cada día, además de las pausas habituales, tendría derecho a 3 pausas de 5 minutos para dejar mi puesto para fumar. Le dije entonces que si era así, que sí fumaba, porque no entendía como alguien, podría renunciar a esos 15min de hueving pagado.
Así fue como empecé a tomar consciencia de que por estos lares, los fumadores tenían todos los derechos y que los defendían como unos leones. Al caer en la cuenta de esto, me sentí muy orgullosa de que en Perú, aunque seamos muy tolerantes con los fumadores, cuando esos adictos a la nicotina se angustian y agobian, aun podamos exigirles que se aguanten sus ganas si el humo nos molesta. Quizá esa es también, una forma de ayudarles a reconocer que la imperiosa necesidad de fumar es un problema personal y que ellos deben resolverlo.
Cuando en Europa prohibieron fumar en el trabajo, los fumadores, exigieron zonas para fumadores dignas (nada de cuartitos minúsculos sin ventanas) y accesibles (no muy lejos de sus puestos, porque perderían mucho tiempo en desplazarse hasta ahí varias veces al día). Algunos meses después, las zonas para fumadores en el trabajo, aeropuertos y centros comerciales fueron suprimidas y tampoco era permitido fumar en restaurantes ni en discotecas. Frente a estos cambios, los fumadores se organizaron y aparecieron en la tele, hacían manifestaciones y exigían su derecho a no ser discriminados, es decir, a fumar en lugares públicos.
Yo entendía todo ese despliegue de energía y organisación como el mensaje de un gran grupo de personas que exigía a todo el resto, que acepten sin cuestionamientos su adicción, que los acompañen sin recriminaciones, que comprendan su angustia que los hace incapaces de controlarse y, que consientan en inhalar un humo que pone en riesgo la salud. Pedían y siguen pidiendo todo eso, pero no solo no dan nada a cambio, sino que además consideran que es una exageración eso del mal olor en la ropa, señalan que de algo debemos morir y que el cáncer de pulmón, de garganta y de lengua le puede dar a cualquiera, y que por último estamos violando su libertada de elegir su modo de vivir.
Pienso que el detalle engañoso con la habitud de fumar, además de que es una droga legal y socialmente aceptada, es que no es reconocida ni tratada como una adicción.
Pero que pasaría si estuviésemos hablando de adictos al alcohol? Acaso a los alcohólicos les dan tres pausas al día para ir a tomarse un trago?
Han escuchado a los ludópatas exigir que dentro de las empresas existan lugares dignos y accesibles donde gastarse el sueldo del mes?
Alguna vez los heroinómanos han osado imponernos mirarlos mientras se clavan una inyección en la vena?,
Las bulímicas han marchado en las calles pidiendo que los restaurantes tengan una zona donde se puedan dar sus atracones y unos baños adhoc para redimirse?.
Pues claro que no, porque todos ellos sí tienen conciencia de enfermedad, son conscientes de que dependen de algo y no se sienten cool viviendo así, no se sienten orgullosos de tener que someter a su familia y a amigos a las consecuencias de su adicción.
Es cierto que muchas veces somos cómplices de todos los adictos, decimos cosas como "solo se coquea en las fiestas", "aunque se emborrache los fines de semana en el trabajo es impecable" y nos hacemos los que no vemos cuando amigas o parientas dejan de comer durante días enteros, justificamos los estados de ausencias y cambios bruscos de humor si alguien no tiene sus anfetaminas a la mano.
Es cierto, hacemos todo eso, pero llegado el caso, cuando alguien intenta imponernos su dependencia, cuando deja que su adicción ponga en juego cosas importantes, somos capaces de decirles que busquen ayuda. Pero eso no pasa con los adictos a la nicotina, justo en el momento en el que las leyes los enfrentan a la gravedad de su adicción, no solo no la reconocen, sino que nos califican intolerantes y terminamos sentados en el banquillo de los acusados, sintiendo que quizá no tenemos el derecho de meternos en su vida aunque ellos se metan en la nuestra.
Yo fumo de vez en cuando, y en general no tengo una personalidad adictiva a nada y quizá por eso tenga esta opinión o quizá sea solamente porque mi marido ha dejado de fumar hace 27 días y sus períodos de síndrome de abstinencia han sido un calvario para mí!!