jueves, 14 de junio de 2012

Un año sin igual!

9 meses… simbólica duración, porque nos hemos pasado 9 meses esperando el desenlace, padre-hijo-madrastra, unidos en las malas y en las peores todo este período, los tres esperando ese resultado que haría que nuestra familia continúe su camino sin mayores desastres… 9 meses de año escolar, específicamente 3ero de media, 9 meses trabajando codo a codo para que el hijo pase de año!

Ya estamos en los descuentos, ya casi no queda nada por hacer, de nada sirve reprocharnos el no haber aprovechado mejor los primeros meses, los cuadernos en orden (por obligación) ya dieron todo lo que podían, no ayuda preguntarnos si algo hubiera cambiado si las interrogaciones en casa hubieran sido más estrictas, depositamos toda nuestra esperanza en las clases privada que se hacen más frecuentes y sin piedad la fase final se hace larga e interminable, se hace dura y penosa.

Al final, pese a todo lo hecho de nuestra parte y a pesar del seguimiento casi militar, el trabajo más duro es de una sola persona: mi hijo frente a sus exámenes.

Y ahora, justo cuando ya casi me caigo de extenuada por corretear a un adolescente de 15 años para que estudie, me pregunto, con esa deformación profesional que me caracteriza:
- A quien beneficia tanto desgaste?
- Si esta criatura bendita del señor no estudia, tiene sentido que yo me angustie en su lugar?
- Si a él no lo moviliza la posibilidad de pasar de o no de año escolar, es válido que yo me angustie en su lugar?
- Cuánto bien o mal puede hacerle repetir 1 año escolar, si delante suyo le quedan por le menos 65 años más?
- Será que de esta manera estoy reforzando una conducta que busca obtener otro tipo de atención?
- El hecho de repetir de año, nos jode más a nosotros en nuestro rol de padres que a él en su rol de estudiante?

No lo sé, o mejor dicho me aterra sentarme sola frente a esas preguntas porque siento que todas las respuestas me van a señalar con ese cruel dedo acusador, porque siento, como casi siempre desde que he asumido el rol de madre, que me equivoco a cada paso.

En este proceso hemos hechos miles de ejercicios de matemáticas como cómplices, también molestos o tristes o alegres o cansados. De estos meses recuerdo muchas peleas y muchas conversaciones (interesantes, repetitivas, desgastantes, tiernas, agotadoras), en este período nos hemos enfrentado como gatitos y como hienas salvajes y hemos logrado reírnos de nosotros mismos.

Ahora que pienso en el próximo año, ya sea que mi hijo repita o no, no soy capaz de decir si podría bancarme un año igual…