miércoles, 26 de marzo de 2008

Nervioso

Esta noche jugamos por primera vez « nervioso », mi esposo, mi hijo, un amigo y yo. Para variar nos tomó mas de 1 hora terminar una sola partida, terminamos con las manos rojas, hicimos mucho ruido y nos reímos a morir.
Este juego me trajo muchos muchos recuerdos de mi pubertad/adolescencia. Creo que empezamos a jugar con los « chicos del barrio » a las cartas, casi a la misma edad que hoy tiene mi hijo (11 años). Hoy terminé mis cartas segunda y mientras los veía jugar, recordé mi casa de San Miguel, en cuya sala teníamos una mesa redonda que era cómoda para 6 personas pero al rededor de la cual nos reunímos muchos más púb/ado para jugar varias horas seguidas, día tras día: "nervioso", "8 locos", "uno", y no sé que más.
No estoy segura de cuanto tiempo nos duró ese gusto por jugar cartas, parece que fueron todos mis años de adolescencia que los pasé con ese grupo jugando en casa. Pasamos por varias etapas, al inicio solo cartas y chips, luego
poco a poco mis padres aceptaron los cigarrillos, un poco más tarde jugábamos tomando unas cervecitas (pero si no había dinero era ron con coca), cuando éramos muchos arrimábamos la mesa y nos tirábamos al piso.
Cuando jugábamos en casa, era hasta la madrugada y haciendo mucho ruído (las carcajadas, los gritos de dolor, los golpes sobre la mesa, las discusiones), mis padres nunca estaban en la sala con nosotros, aparecían de cuando en cuando y a eso de media noche solían dormir. Creo que podíamos jugar en casa, a pesar de todo el alboroto que hacíamos porque mis padres decidieron, inconscientemente, que esa era la mejor estrategia para tener a sus hijas en casa con el extra de conocer de cerca a todos los galifardos de sus amigos.
No se cuantos jugadores/amigos pasaron por esa mesa, pero recuerdo a Paul, que era el experto en lanzar varias cartas juntas sin que nadie se diera cuenta (salvo cuando intentaba lanzar mas de 5 cartas al mismo tiempo). Pienso también en Jorge, que en el fragor del juego no lograba quedarse sentado y debía estar de pie y así jugaba erguido sobre nuestras cabezas. Como olvidar a Guildo que también lanzaba varias cartas juntas, trataba, con cierto éxito, de dar algunas de sus cartas a quién perdía cada vez, él además era el peor cuando ponía la mano al final, porque lo hacia con tanta fuerza que casi nos trituraba los huesos. Lourdes, siempre llena de energía, solía terminar entre las primeras y eso estaba bien, porque era insoportable las pocas veces que no lo hacía. Jennie y yo, con el poco espirítu competitivo que teníamos, más que esforzarnos por ganar, disfrutábamos con las peleas, los gritos, las trampas y cuando no había acción atizábamos el fuego.
Jugando hoy con mi hijo y su amigo no solo me divertí, sino que sentí mucha nostalgia de mi adolescencia, de los amigos con los que crecí, esos a los que conocía casi de memoria, esos que quizá no me reconocerían hoy y con los que es posible que ya no tenga nada en común. Me sentí un poco triste al recordar el pasado pero me reí un montón y sé que cuando mi hijo entre de lleno en la adolescencia tendrá también ocasiones de retorcerse de risa.

No hay comentarios.: